sábado, 2 de agosto de 2008

La Correspondencia


Virgilio recogió la correspondencia en el buzón a la entrada del jardín. Mientras caminaba desde el buzón hasta la puerta de la casa, pensaba en que ya había vivido más de medio siglo y le quedaban un montón de cosas por hacer y un sinnúmero de lugares que siempre había querido conocer. Había pasado los últimos treinta años de su vida haciendo exactamente lo mismo semana tras semana, trabajando diez horas diarias, sin una distracción, sin tomarse nunca un tiempo para su disfrute personal. Sólo trabajaba sin descanso, pero las deudas aumentaban y el salario permanecía igual. Sentía que la vida se le iba irremediablemente entre las manos y quería hacer algo diferente antes de que fuera demasiado tarde.

Rompió un sobre, el primero de la correspondencia que acababa de recoger. Era el reporte mensual del banco, la cantidad total en su cuenta eran 720 dólares, no se le ocurría nada que pudiera hacer con ese dinero. Abrió el siguiente sobre, era la cuenta de la electricidad; el próximo era la del teléfono celular; había otro de la compañía de renta de su apartamento avisándole que ya era hora de pagar los 600 dólares mensuales; le seguía una carta de la oficina médica, ya conocía el contenido, así que la dejó para otra ocasión; luego una propaganda de un seguro automovilístico y la última era una postal multicolor que le invitaba con brillantes letras doradas “Prueba tu fortuna en Las Vegas”.

Lo que veía en aquella fotografía era tentador, habría que ser de piedra para no sentirse atraído por aquellas imágenes de lujo y glamour, además siempre había soñado viajar a Las Vegas, aquella oferta le llegaba en el momento más indicado.

Sin perder tiempo, se sentó ante la computadora y escribió la dirección de internet que aparecía en la postal, oprimió “buscar” e inmediatamente el sistema lo trasladó a una página donde le pedían un código, escribió el código de la oferta que había recibido y apareció el precio total de su viaje, con estadía de una semana en el hotel Caesar’s Palace, serían 420 dólares, le quedarían disponibles 300 dólares. Sólo necesitó medio segundo para decidirse. Hizo la reservación en línea, en dos días volaría a Las Vegas, se daría ese gustazo, aunque fuera lo último que hiciera en esta vida.
Las Vegas era el paraíso terrenal, todo lo que había imaginado era mediocre, pálido e insignificante, comparado con la fastuosa realidad. La majestuosidad del hotel, la lujosa habitación, la maravillosa vista de la ciudad desde su ventana, todo sobrepasaba con creces a lo que había vislumbrado en sus más ambiciosos sueños.

Durante una semana viviría a plenitud, disfrutaría al máximo cada instante y se sentiría el hombre más afortunado del universo, aunque sólo se tratara de un piadoso autoengaño, después de eso estaría preparado para enfrentar cualquier cosa.

En la mañana bajó a dar un paseo por todas las instalaciones del hotel, el área de la piscina era impresionante, estaba rodeada de gruesas columnas y había diversas construcciones de estilo clásico griego y hasta una réplica del Partenón decoraba el espacio. Las chicas se bronceaban en las sillas alrededor de la piscina, en tangas tan diminutas, que dejaban al descubierto sus más secretas intimidades.

Más tarde fue al Café Lago Restaurant, le encantó el ambiente de aquel lugar, después de disfrutar de un delicioso almuerzo, se dirigió al Casino.


Nunca había estado en un casino, ni siquiera sabía jugar. Así que optó por pararse junto a la ruleta y dedicarse a observar a los que jugaban. Había todo tipo de jugadores: los novatos, que jugaban por primera vez; los ocasionales, que iban sólo durante las vacaciones, una o dos veces al año y los jugadores consumados, esos que han dedicado toda su vida al juego, a estos últimos se les notaba la experiencia en la mirada, en la forma de conducirse y en cada uno de sus ademanes. Virgilio se concentró particularmente en ellos, no les perdía ni un solo detalle, permaneció allí cerca de dos horas.


Finalmente se llenó de valor y se aproximó a la mesa, colocó un montón de fichas al número 21, tenía la impresión de que ese número le daría suerte, muchos acontecimientos de su vida estaban relacionados con ese número: había nacido un día 21 de marzo, había conocido al amor de su vida un día 21 de noviembre, había comenzado en su trabajo un día 21 de septiembre.
Todos terminaron de poner sus fichas y el dealer dio vuelta a la ruleta. Los segundos que demoró la ruleta en detenerse, le parecieron siglos. Finalmente se detuvo, y sorprendentemente el número ganador fue el 21.

Pasado el susto inicial y habiendo salido tan bien ese primer intento, siguió jugando durante toda la noche. A medida que pasaban las horas se convencía de cuán cierto era aquel refrán “afortunado en el juego, desgraciado en amores”, o simplemente aquella era su noche de suerte, lo cierto fue que cuando dieron las 3 de la mañana, su fortuna llegaba a los 300,000 dólares. En condiciones normales se hubiera retirado en ese momento, pero las condiciones de su vida estaban muy lejos de ser normales, a esas alturas del juego, no tenía nada que perder, así que continuó pegado a aquella mesa y tentando a la suerte durante el resto de la madrugada.

A las 7 de la mañana su capital había alcanzado el millón de dólares y a pesar de que sólo había tomado un par de tragos, apenas podía mantenerse en pie, pues el sueño lo aguijoneaba fuertemente, así que se retiró a dormir.

A la mañana siguiente fue cuando verdaderamente tomó conciencia de lo sucedido en el casino la noche anterior y una rara mezcla de sentimientos comenzó a bullir en su interior. Debía estar dando saltos de alegría, pero su felicidad no era completa, si es que alguna felicidad lo es. ¿De qué le serviría aquel millón de dólares? Sabía que ni así reuniera todo el oro del mundo podría comprar lo que él necesitaba. Se asomó a la terraza de la habitación, sintió la brisa matinal acariciando su rostro, recordó la mirada cálida del amor de su vida y con esa imagen en su mente, se lanzó al vacío.

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Un mes después, la compañía de renta del condominio Brisas del Mar, tras haber esperado un tiempo prudencial y en vistas de que nadie se presentaba a recoger las pertenencias de Virgilio, el inquilino del 451, que se había suicidado en Las Vegas, decidió enviar a alguien a vaciar el inmueble, limpiarlo y prepararlo para su próxima renta.

La mujer que enviaron a realizar la limpieza del apartamento, encontró un grupo de cartas sobre la mesa del comedor, una de ellas permanecía cerrada, curiosa como era, no pudo reprimir el impulso de abrir el sobre, en la carta firmada por el Dr. Ladislao Añorga, se leía en letra de imprenta:

“ Señor Virgilio González,

Por este medio le confirmamos que el resultado de su examen
de VIH es: POSITIVO ”

CELEBREMOS LA VIDA !!

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